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es la
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actualización de 1995 por la Fundación
Lockman. Usado con permiso.
En Mi
Lugar
Por Horacio
Bonar
(1808-1889)
Hace ya
muchos años, a principios del verano cuando los
árboles apenas comenzaban a verdear dándonos sombra,
paseaba con un amigo por la placentera orilla de un
río en Escocia. Un mendigo harapiento se nos acercó
para pedir limosna. Le ayudamos en algo, y
comenzamos a conversar con él. El hombre no sabía
leer ni escribir. No sabía nada de la Biblia, y poco
le importaba.
--Usted
necesita ser salvo, ¿no es así?
--Oh sí,
supongo que sí –respondió él.
--Pero,
¿acaso sabe cómo serlo? –le preguntamos.
--Creo que
sí –contestó.
--¿Cómo
cree que puede ser salvo?
--No he
sido un mal hombre, y hago todas las buenas obras
que puedo.
--Pero,
¿serán sus buenas obras suficientes para asegurarle
el cielo? –seguimos preguntando.
--Creo que
sí, estoy haciendo lo mejor que puedo.
--¿Conoce
buenas obras mejores que las suyas?
--Sé de
las buenas obras de los santos, pero ¿cómo puedo
hacerlas yo?
--¿Sabe de
buenas obras mejores que las de los santos?
--No creo
que pueda haber buenas obras mejores que las de
ellos –dijo el mendigo.
--¿Acaso
no son las obras del Señor Jesucristo mejores que
las obras de los santos?
--Por
supuesto que sí. Pero, ¿de qué me sirven a mí?
--Pueden
sernos muy útiles si creemos lo que Dios nos ha
dicho acerca de ellas.
--¿Cómo es
eso?
--Si Dios
está dispuesto a considerar estas obras de Cristo en
lugar de las suyas, ¿no sería eso suficiente?
--Sí,
sería suficiente. Pero, ¿acaso lo hará?
--Sí
–respondimos--, lo hará. Esto es justamente lo que
nos ha dicho. Está dispuesto a tomar todo lo que
Cristo ha hecho y sufrido, en lugar de todo lo que
usted pudiera hacer y sufrir, y darle a usted lo que
Cristo se merece en lugar de lo que usted mismo se
merece.
--¿Es éste
realmente el caso? ¿Está Dios dispuesto a poner a
Cristo en mi lugar?
--Sí,
realmente está dispuesto a hacerlo –respondimos.
--Pero,
entonces, ¿yo no tengo que hacer buenas obras?
--Sí,
muchas –contestamos--, pero no para comprar con
ellas el perdón de sus pecados. Usted tiene que
tomar lo que Cristo hizo como el precio pagado por
el perdón de sus pecados; y luego, habiendo obtenido
un perdón gratuito, usted trabajará para el que lo
perdona como una manera de corresponder al amor de
él.
--Pero,
¿cómo puedo lograr esto? –preguntó él.
--Creyendo
el evangelio, o buenas nuevas, que le explica todo
acerca del Señor Jesucristo: cómo vivió, cómo murió,
cómo fue sepultado, cómo resucitó... todo para bien
del hombre pecador. Como dice la Biblia: "Por medio
de él [Jesucristo] se os anuncia perdón de
pecados... en él es justificado todo aquel que cree"
(Hechos 13:38, 39).
El
mendigo, asombrado, comenzó a reflexionar. El
pensamiento de que las obras de otro en lugar de las
suyas serían suficientes, y que podía obtener todo
lo que se merecen las obras de este otro, pareció
impresionarle. Nunca volvimos a encontrarnos. Pero
era evidente que la Palabra había hecho un impacto
en él. Pareció captarla aunque nunca la había oído
antes, eran nuevas demasiado buenas para ser
realidad.
Desde
entonces he relatado muchas veces esta anécdota para
ilustrar el evangelio; y ha tenido su efecto. El
asombro del hombre ante el hecho de que las obras de
otro en lugar de las suyas eran
suficientes, comunica la idea de los efectos
producidos por el evangelio de Cristo. "Cristo por
nosotros", es el mensaje que anunciamos; Cristo
"cargando nuestros pecados en su propio cuerpo en el
madero". Cristo haciendo lo que debíamos haber hecho
nosotros, cargando lo que nosotros debíamos haber
cargado; Cristo clavado en nuestra cruz, muriendo
nuestra muerte, pagando nuestra deuda: todo esto
para acercarnos a Dios y darnos vida eterna. Este es
el mensaje puro del evangelio: que todo aquel que
cree es salvo, y nunca vendrá a condenación.
Pocos son
los que no saben lo que significa la palabra
"sustituto" en relación con las cosas comunes; no
obstante, nos conviene considerar cómo comprender
correctamente el significado de esta palabra, pues
es la clave para comprender correctamente el
evangelio. "Cristo por nosotros" o Cristo nuestro
Sustituto, es el evangelio o las buenas nuevas de
gran gozo que los apóstoles predicaron, y que
nosotros podemos anunciar aun en estos tiempos
postreros a los hijos de los hombres como su
verdadera esperanza. Las buenas nuevas que
anunciamos no constituyen lo que Dios nos ordena
hacer a fin de reconciliarse con nosotros, sino lo
que el Hijo de Dios ha hecho en nuestro lugar. Tomó
nuestro lugar aquí en la tierra, a fin de que
pudiéramos obtener un lugar en el cielo. Como el
Único Perfecto, en la vida y en la muerte, como el
Hacedor y el Sufriente, Dios nos lo presenta a fin
de que obtengamos el beneficio completo de esa
perfección en cuanto recibimos su evangelio. Toda
nuestra imperfección, por más grande que sea,
desaparece ante lo completo de su perfección, de
modo que Dios nos ve no como somos nosotros, sino
como es él. Todo lo que somos,
hemos hecho y hemos sido, desaparece en lo que él
es, ha hecho, y ha sido. "Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios
5:21).
Esta
totalidad con que cargó con los pecados el Hijo de
Dios, como el Sustituto, es la
base de la fe del pecador. Es sobre esto que basamos
nuestros tratos con Dios. Necesitamos a alguien que
cargue con nuestros pecados, y Dios nos ha dado al
que es totalmente perfecto y divino. "El
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). "Llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero"
(1 Pedro 2:24).
En cierta
oportunidad conversamos sobre esto con un joven.
Éste, sentado con su Biblia en sus manos, cavilaba
sobre el camino de vida, preguntándose: "¿Qué debo
hacer para ser salvo?" Se encontraba en tinieblas y
no captaba nada de luz. Era un pecador... ¿cómo
podía ser salvo? Era culpable... ¿cómo podía ser
perdonado?
--"No por
obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho",
--le dijimos.
--Ciertamente que no, pero entonces, ¿cómo?
--preguntó.
--Por
medio de Cristo quien lo hizo todo.
--Pero,
¿es posible esto? –siguió preguntando–. ¿Puedo ser
salvo por medio de alguien que reciba el castigo en
mi lugar?
--No sólo
es posible, sino que así es. Esta es la manera, la
única manera. Es la manera como Dios salva al
pecador.
--¿Y yo no
tengo que hacer nada? –inquirió.
--Nada
para ser salvo –respondimos.
--Explíqueme cómo es posible esto.
--Volvamos
a la verdad acerca del sustituto. ¿Sabes qué es eso?
--Sí,
¿pero qué tiene que ver eso conmigo?
--Cristo
se ofrece para ser tu Sustituto, hacer lo que te
hubiera correspondido hacer a ti; sufrir lo que te
hubiera correspondido sufrir a ti, pagar lo que te
hubiera correspondido pagar a ti.
--¿Significa esto que Cristo de hecho ha pagado mi
deuda, y que esto es lo que tengo que creer para ser
salvo?
--No. Tu
deuda no ha sido pagada hasta que creas: cuando
crees queda pagada, pagada una vez por todas, una
vez para siempre; pero no hasta que creas..
--Entonces, ¿cómo es la obra de Cristo, como el
Sustituto, buenas nuevas para mí?
--Supongamos que hay suficiente dinero depositado en
el banco para pagar doblemente tus deudas, y lo
único que tienes que hacer es solicitarlo. Entregas
tu cheque, y recibes el dinero inmediatamente.
--Entiendo, entiendo –dijo el joven--. Es "creer" lo
que realmente me hace poseedor de todos los frutos
de la obra de haber cargado los pecados sobre sí
mismo en la cruz.
--Sí,
exactamente. O déjame decirlo de otro modo. Cristo
murió por nuestros pecados. Él es nuestro Sustituto.
Se te presenta como tal. ¿Estás dispuesto a
aceptarlo como tal, para que pague todas tus deudas
y perdone todos tus pecados?
--Sí. Pero
quiero comprenderlo mejor porque me parece demasiado
sencillo.
--Bueno,
digámoslo de esta forma: Dios ha provisto un
Sustituto para los culpables, quien, hace siglos,
sufrió por nuestros pecados, el Justo por los
injustos. El Padre te presenta este sustituto
perfecto y te pide que aceptes la sustitución. El
Hijo se te presenta, ofreciendo ser tu Sustituto. El
Espíritu Santo te lo presenta como un Sustituto. ¿Lo
aceptas? El Padre está dispuesto, el Hijo está
dispuesto, el Espíritu está dispuesto. ¿Estás tú
dispuesto? ¿Das tu consentimiento?
--¿Eso es
todo? –preguntó él.
--Sí, lo
es. Tu aceptación de Cristo como tu Sustituto marca
el amanecer de un nuevo día, de una nueva vida.
Así es
cómo se rompen las cadenas del pecador y éste es
puesto en libertad para servir a Dios. Primero
libertad, luego servicio; el servicio de hombres
libres de la condenación y de la esclavitud. Es por
aceptar al Sustituto divino que el pecador es puesto
en libertad para servir al Dios vivo. La libertad
que fluye del perdón recibido de este modo es el
verdadero comienzo de una vida santa.
Por lo
tanto, si he de vivir una vida santa, tengo que
comenzar con el Sustituto, tengo que recurrir a él
para recibir perdón y liberación. Porque por él
somos "librados de nuestros enemigos, sin temor" le
serviremos "en santidad y en justicia delante de él,
todos nuestros días" (Lucas 1:74, 75).
Si he de
servir a Dios, y si he de poseer la "verdadera
religión", tengo que empezar con el Sustituto;
porque la religión comienza con el perdón; y sin el
perdón, la religión es una profesión de fe débil y
molesta. "Empero hay perdón cerca de ti, para que
seas temido" (Salmo 130:4). Esta es la consigna
divina. No primero temer a Dios y entonces ser
perdonado; en cambio, primero ser perdonado y
entonces temer a Dios.
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