Éxodo 27:1-8  El Altar del Bronce

 

El Señor Dios es un Dios santo y él debe tener un pueblo santo.

Las alabanzas de sacrificio ofrecidas por los Hebreos vívidamente retratan la pecaminosidad del hombre versus la santidad de Dios.

¿Por qué la necesidad de todos estos sacrificios sangrientos que encontramos en la adoración hebrea? Pecado. El pecado es feo. El pecado es tan sangriento como lo es  el sacrificio. Si usted piensa que los sacrificios sangrientos son repulsivos a la gente sensible, piense también cómo es de repulsivo nuestro pecado ante un Dios Santo y justo. Los sacrificios y las ofrendas eran esenciales para la adoración ofrecida a Dios a partir de la época de Abel. Dios dio a Moisés las instrucciones específicas que gobernaban estas ofrendas en el Monte Sinaí

El mizbeach o "lugar de  masacre" era el altar de bronce (Éxodo 27:1-8). Estaba en la entrada de la aproximación a Jehová. Era la primera cosa que el adorador miraba al aproximarse al Tabernáculo. Estaba justo en la puerta, fácilmente accesible, sin equivocaciones ni errores. Cada uno que pasaba a través de la cortina pasaba por el altar ensangrentado de los sacrificios de animales o no pasaba. El hombre solo podía aproximarse a Dios por medio de los sacrificios.

La necesidad para el sacrificio

Cada sacrificio era el de una vida que estaba parada en el lugar de otra. El sacerdote hacia la "expiación" para la gente que ofrecía el sacrificio. El significado de la palabra "expiación" era el de "cubrir, cubrirlo ante Dios." Quitaba el poder del pecado que había entre Dios y el hombre. No significa hacer un pecado que no ha ocurrido, ni tratarlo como que no exista. Eso sería imposible, debido a la realidad del pecado. El hecho es que "por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). El objeto expiado es el alma del pecador. La sangre cubría el alma del pecador ante la santidad de Dios. El poder de hacer la expiación estaba en la sangre del sacrificio. Cada uno de estos sacrificios en el viejo testamento anticipó la expiación o el sacrificio sustitutivo de Cristo.

El pecador no podía acercarse a Dios excepto si hubiera sido limpiado por la sangre. Por la santidad de Dios, podemos decir: "Y según la Ley, casi todo es purificado con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión" (Hebreos 9:22). El pecado es una seria muerte espiritual. Vivimos en una época cuando la gente piensa que el pecado es casi como si tuviera una gripe. No es así ante los ojos de Dios. "La paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). "El alma que pecare ciertamente morirá" (Ezequiel 18:4). El pecado es un asunto serio.

El fuego que estaba quemando constantemente en el Altar de Bronce, también consumía constantemente el sacrificio. Esto era un recuerdo sangriento del pecado. El humo continuo de los sacrificios era un constante recuerdo de lo mal que nuestros pecados son ante los ojos de Dios. Es feo y desagradable, porque nuestros pecados son feos delante de sus ojos. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32) Esto nos demuestra cuán repulsivo es el pecado ante los ojos de Dios.

Jesús en el altar

Jesucristo es el Altar de Bronce, la ofrenda por el pecado y el Sumo Sacerdote, todo al mismo tiempo. La Cruz era el altar del Cordero de Dios que vino a quitar los pecados del mundo.

Jesús es nuestro todo suficiente salvador. Él se dio en el altar del sacrificio por usted y por mí. Él no se llevó nada consigo. El fuego de la ira santa de Dios  quemo a Cristo como nuestro substituto por el pecado. La ira divina estaba dirigida contra él. Él recibía el juicio del pecado, no por sus propios pecados, sino por los nuestros.

Cristo se hizo nuestro sustituto en pecado y murió en nuestro lugar. "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21).

Cuando Jesús murió en la cruz, todos nuestros pecados le fueron imputados a Él. Todos nuestros pecados le fueron cargados a su cuenta. Cristo nunca peco. El justamente lo que hacía el devoto judío cuando colocaba sus manos en la cabeza del animal y confesaba sus pecados. Dios trato a Cristo como si él hubiese cometido todos esos pecados. El no murió por sus propios pecados. El murió por mis pecados. Jesús murió en la cruz como mi representante. "La paga del pecado es la muerte." El sufrió mi muerte. Jesús pago por todos mis pecados y los suyos. Debido a que nosotros hemos depositado nuestra fe en Cristo, Dios no ve más nuestros pecados y los ha olvidado. A cambio Dios ha puesto en nuestra cuenta la justicia de Cristo.

Esto nos recuerda Isaías 53:4-5, 10, 12

"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades

 y sufrió nuestros dolores,

 ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado,

 como herido y afligido por Dios!

 

 "Más él fue herido por nuestras rebeliones,

 molido por nuestros pecados.

 Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo,

 y por sus llagas fuimos nosotros curados.

 

"Jehová quiso quebrantarlo,

 sujetándolo a padecimiento.

 Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado,

 verá descendencia, vivirá por largos días

 y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.

 

"Por tanto, yo le daré parte con los grandes,

y con los poderosos repartirá el botín;

 por cuanto derramó su vida hasta la muerte,

 y fue contado con los pecadores,

 habiendo él llevado el pecado de muchos

 y orado por los transgresores."

El pecador culpable había perdido su vida pecando. Él tendría que morir para pagar su deuda del pecado o para encontrar un substituto aceptable. El inocente debía morir por la parte culpable. Cristo fue a la cruz y enfrento el fuego intenso del juicio de Dios contra el pecado. El pecado fue juzgado y las deudas del pecado fueron pagados por completo

El autor de Hebreos pregunta: "¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" (Hebreos 9:14)

Si los Israelitas rechazaron el sacrificio en el altar de bronce él del se canceló a si mismo de la misericordia y gracia de Dios y sufrió su propia muerte por el pecado. El que rechaza a Jesucristo como el sacrificio perfecto por sus pecados se corta por siempre de Dios y sufre el castigo eterno para sus propios pecados. Sin embargo, cada pecador que invoca el nombre del señor será salvado.

"Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados!" (1 Pedro 2:24)

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