La Ley y el Evangelio

 

El evangelio de la gracia no anula la Ley de Dios, sino que cumple la misma. De hecho, es la única forma en que la Ley de Dios podría ser cumplida.

"¿Qué pues diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? . . . . Fue por la libertad que Cristo nos hace libres. . . Estad, pues, firmes y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. . . Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros" (Romanos 6:1; Gálatas 5:1, 13).

La mayor motivación para vivir la vida cristiana es el resultado del sacrificio de amor de Dios por nosotros. Si le amamos a Él  guardaremos Sus mandamientos (Juan 14:15). Queremos complacerle a Él porque Él nos alcanzó en Su gracia y misericordia para salvarnos mientras éramos pecadores condenados por la Ley de Dios. Por lo tanto, queremos  de todo corazón amarlo y complacerlo a Él.

Además, ya que nosotros hemos sido espiritualmente regenerados o nacidos de nuevo por el Espíritu Santo, ahora somos unas personas diferentes. Usted no puede ser justificado sin que este nacimiento espiritual   ocurra al mismo tiempo. La persona que es salva por la gracia de Dios lo demostrará por la determinación de perseguir la justicia en su vida diaria. Haremos buenas obras, porque eso es lo que estamos destinados a hacer (Efesios 1:4; 2:10). El  fracaso de esforzarse para vivir una vida moralmente recta de acuerdo a la santa ley de Dios sólo demuestra que   el individuo nunca ha sido justificado por la fe y  nacido de nuevo (1 Juan 2:15-17). Las pruebas para la justificación y el nacimiento espiritual son las buenas obras que siguen en la vida de una persona. Usted no puede separar la obra de regeneración del Espíritu Santo y la obra de justificación de Jesucristo.

El apóstol Pablo   lo hace muy claro en Romanos y en Gálatas que la justificación por la gracia mediante la fe  cumple y  defiende la Ley de Dios. Jesucristo cumplió la Ley en Su vida de obediencia perfecta al Padre. Él logro para nosotros lo que nosotros no podíamos hacer. Por Su muerte, Jesús estableció la Ley mediante  el cumplimiento de las demandas de la Ley a todos los que pecan.

La Ley de Dios es el perfecto estándar de Dios para la humanidad. "Más la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Gálatas 3:22). Es tan alta que nadie puede cumplirla en su propia fuerza personal y  propósitos personales. "Pero antes  que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada" (Gal. 3:23).

De hecho, la Ley señala y declara que todos somos culpables de pecado. Hemos fallado en ser lo que Dios exige que nosotros seamos. Todos hemos quebrantado la Ley de Dios y el castigo es la muerte (Rom. 3:23; 6:23).

La exactitud de la Ley exige que   la pena de muerte sea pagada en su totalidad (Gén. 2:17). "El alma que pecaré esa morirá" (Ezequiel 18:4). La Ley de Dios exige la pena de muerte por pecar. Por lo tanto, la Ley sólo puede establecerse mediante la realización de la pena de muerte. Tenemos que pagar la pena o encontrar a alguien aceptable para Dios que lo pagará por nosotros.

Jesucristo murió como nuestro sustituto en la cruz cumpliendo las justas exigencias de la Ley de Dios (2 Cor. 5:21). La Ley exige la muerte para todos los que pecaron. Jesús cumple las exigencias de la Ley por Su vida perfecta. Él nunca experimentó el pecado personal. Sin embargo, como nuestro sustituto sin pecado, Él reunió las exigencias de la Ley por el sufrimiento de la pena en nuestro lugar. A través de la muerte de Jesucristo, Dios estableció la Ley   proporcionando el medio por el cual los pecadores perdidos podrían ser salvos. Dios hizo que Su propio Hijo se hiciera maldición de la ley en nuestro lugar, y por lo tanto, cumplió con todas sus exigencias santas. Dios mantuvo Sus justas normas. Él estableció la Ley  al permitir a Jesús cargar por completo con la pena de la Ley para todos los que son salvos. Por la muerte de Cristo Jesús, Dios demostró Su justicia y la fidelidad a la Ley  a fin de que Él sea el justo, y  el que justifica  para el que tiene fe en Cristo (Rom. 3:25-26).

Por lo tanto, un Dios santo y justo puede permanecer justo, proporcionando Su propia justicia para el creyente pecador (Rom. 3:26-30). Esta verdadera justicia es el regalo de Dios, y es una justicia perfecta que solo puede cumplir con los requisitos exactos de la Ley de Dios. Se trata de una justicia verdadera en poder de Jesucristo y  dada al creyente.

"Somos justificados por la fe en Cristo Jesús" (Gálatas 2:16). Porque Jesús murió en nuestro lugar llevando el castigo por nuestros pecados, Dios  es libre de declararnos absueltos sobre la base de la muerte.

Dios nos salva por  atribuirnos la justicia  de Cristo (2 Cor. 5:21). No es algo que acumulamos, un mérito o  un beneficio por nuestra virtud porque somos pecadores. Sin embargo, Jesús no se quedó corto. Él cumplió perfectamente la Ley y Su justicia que  es por la gracia de Dios   atribuyendo al pecador que cree en Él para la salvación.

Por la fe en Cristo, el pecador recibe esta perfecta justicia que cumple con todas las exigencias de la Ley. Se trata de una justicia que Dios ofrece en Su gracia, porque como pecadores  merecemos todo lo contrario. Él nos da lo que no merecemos. Esta gracia es proporcionada por Dios sobre la base de la obra redentora de Cristo  en morir por el pecador. Cuando Dios justifica al pecador que cree en Cristo, Él lo hace declarando que hemos cumplido con las exigencias de la Ley sobre la base de la obra de salvación de Dios en Cristo en la cruz.

Recibimos este derecho permanente con Dios por la fe en Cristo (Romanos 1:16-17). Somos salvos por  recibir de Dios el regalo gratuito de justicia por la fe (Rom. 5:1-2). Dios atribuye la justicia de Cristo a nuestra cuenta. Dios ofrece Su propia justicia para nosotros. Dios considera o acredita la justicia de Cristo  para ser nuestra. Por lo tanto, "concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe, sin las obras de la Ley" (Rom. 3:28). ¿Ha puesto su confianza en Él para una buena relación con Dios?

Selah!

Mensaje por Wil Pounds (c) 2009 traducido por Katia Blandin

 

 
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