La persona controlada por Dios anhela ver sólo la voluntad de Dios hecha en y  a través de él en la tierra. No puede haber verdadera santidad sin ser obediente a la voluntad de Dios. Es Su voluntad que seamos renovados en Su propia imagen por Su Espíritu y convertirnos en amantes de Su santidad.

El trabajo de la Tercera Persona de la Trinidad es hacer de la santidad de Dios nuestra. El Espíritu de Dios es, por excelencia, "el Espíritu Santo." Dios es santo. Nuestro Señor Jesús Cristo fue "santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos" (Hebreos 7:26). El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es el Espíritu de santidad. Sin santidad, nadie verá a Dios (Hebreos 12:14).

Dios es santo,  Su Hijo es Santo, el Espíritu Santo es santo. La santidad de Dios se distingue, por sí solo, único, inaccesible, incomprensible e inalcanzable para todas sus criaturas. Esa es la norma de Dios, y "en él no hay tinieblas" (1 Juan 1:5).

A. W. Tozer escogió sus palabras cuidadosamente y con precisión cuando él escribió: "Dios es santo con una santidad absoluta que no tiene grados, y esta Él no puede dar a Sus criaturas. Pero hay una santidad relativa y contingente que comparte con los ángeles y los serafines en el cielo y con los hombres redimidos en la tierra como su preparación para el cielo. Esta santidad Dios la imparte a sus hijos. La comparte con ellos por la imputación, y por impartición, y porque Él la ha puesto a disposición de ellos a través de la sangre del Cordero, Él requiere esta de  ellos. . . Sed santos, porque yo soy santo. Él no dijo, "Sed tan santo como yo soy santo", porque sería demandar de nosotros la santidad absoluta, algo que sólo pertenece a Dios" (Ciencia de los Santos, p. 113).

Es la obra del Espíritu Santo apartarnos para Dios. Él trabaja en nosotros para separarnos del  pecado y de todo lo que está en oposición a la voluntad de Dios. Pero también trabaja para ayudarnos a hacer  todo lo que agrada a Dios y nos conforma al carácter de Cristo.

El trabajo de hacernos santos es la obra del Espíritu de santidad. La meta de Dios es que debemos ser más como Cristo cada día. Él pone en nuestro corazón un hambre y sed de la justicia de Dios.

Dios el Espíritu Santo mora en el templo del cuerpo del creyente (1 Cor. 3:16; 6:19; 2 Cor. 6:16). Puesto que Él habita dentro del creyente esta persona esta vestida con la presencia y el poder del Espíritu Santo. Su presencia interior da poder al cristiano.

Por otra parte, Cristo mora en los hombres por Su Espíritu Santo. Cristo no es un gran ejemplo; Él es el Señor viviente. La fe cristiana no  copia a Cristo, Cristo se reproduce en el corazón de un discípulo por el Espíritu Santo.

Todo en la vida del cristiano es hecho santo porque el Espíritu Santo la transforma. El Espíritu Santo no obra en nosotros, Él vive en nosotros. Esta es la suprema diferencia entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu. Las obras denotan sudor y trabajo; el fruto  denota vida y crecimiento. Las obras pertenecen a los hombres, el fruto viene de Dios. La santidad hace nuestra vida fructífera porque una vida santa permanece en la Palabra de vida y  hay plena y libre disponibilidad es dada al Espíritu de vida. La presencia del Espíritu Santo, hace nuestro corazón limpio, nuestra mente pura, nuestras facultades para trabajar a su máxima capacidad, y nuestras vidas fructíferas para la gloria de Dios.

Selah!

Mensaje por Wil Pounds (c) 2009 traducido por Katia Blandin