Morando en el Espíritu Santo

 

Cuando el Día de Pentecostés totalmente había venido los discípulos se dieron cuenta por que Jesús subió al cielo. Él los dejó con el fin de que él pudiera estar con cada uno de ellos en una relación más íntima.

El Espíritu Santo vino a cumplir el ministerio de Jesucristo. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia", dijo Jesús (Juan 10:10b). El mora para que Él pueda reproducir el carácter y la semejanza de Jesucristo en el creyente nacido de nuevo. Él continua haciendo y enseñando todo lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, cuando Él estuvo aquí en la tierra (Juan 14:26; 15:26; 16:13-17).

Él anhela que respondamos a Su amor y nos hace disponibles a Él para vivir Su vida en y a través de nosotros (1 Cor. 3:16-17).

¿Qué encuentra el Espíritu en el templo de nuestro cuerpo? Con demasiada frecuencia, el templo parece un santuario profanado, descuidado, sucio, quizás contaminado.

Nosotros lo contristamos a Él, y apagamos Su presencia ardiente por nuestras actitudes y comportamientos. El Espíritu Santo está siempre listo para usarnos, y anhela hacernos Sus instrumentos de gracia y misericordia a un mundo perdido. ¿Qué trágico cuando le negamos Su lugar en nuestros corazones?

Nosotros hemos aprendido una y otra vez que nuestro Dios es el Dios de una segunda oportunidad. Estamos muy agradecidos de que Él "restituirá los años que comió la langosta" (Joel 2:25). "Esta es la misericordia eterna", dice Fitch. "Él nos dio otra oportunidad de hacer lo que hemos dejado de hacer" (p. 125).

Permanecemos en Él cuando morimos a diario al amor propio y nos consideramos muertos al pecado y vivos para Dios.

Jesús dijo a sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23).

Por lo general, nos tratamos a nosotros mismos como si somos los únicos de gran valor, las personas más importantes en el mundo. En lugar de que Jesús sea nuestra persona más valorada, nos hacemos la prioridad. Jesús dijo que tenemos que morir al amor propio y convertirlo a Él en nuestro primer amor.

El apóstol Pablo aplicó esta gran verdad para el creyente, cuando escribió: "Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:11).

Cuando nosotros diariamente morimos al pecado y al yo y  contamos en Jesús, nosotros permanecemos en Él. Este es el ministerio vital del Espíritu Santo en nuestra vida diaria. Este es un aspecto importante de nuestro crecimiento espiritual.

Dios está con nosotros y en nosotros por la constante presencia del Espíritu Santo. Nuestra responsabilidad es hacernos disponibles para Él. Él nos tomará y nos limpiará y nos usara para cumplir Su propósito eterno en y a través de nosotros.

El Espíritu Santo ha venido a cumplir el ministerio de Jesucristo. Él hace esto  en aquellas personas que han creído en Cristo y que se hacen disponibles al Espíritu sin reserva. Permita al Espíritu de santidad la libertad de aplicar la sangre de Jesús para continuar limpiándonos a diario, momento a momento de todo pecado. Permítale  aplicarlo a su conciencia diaria y servir al Señor con la plenitud de Su Espíritu. Caminamos en la luz con Él y permanecemos en Su presencia, cuando permitimos que la sangre de Jesús nos limpie de todo pecado. Como resultado, el Espíritu Santo fortalece nuestra conciencia y profundiza nuestra fe en Cristo. Al hacerlo, le damos la libertad de usarnos para Su gloria.

Cuando nosotros somos limpiados y restaurados todos los días mantenemos agendas cortas con Dios y el Espíritu mantiene nuestro corazón sensible al más leve susurro de Su voluntad. El Espíritu Santo nos da una sensibilidad a la inquietud cuando estamos tentados a pecar o a no caminar por fe. Nos hace odiar el pecado como Dios odia el pecado, y a darnos cuenta de que el pecado rompe nuestra comunión con Dios. Como Charles Wesley escribió: "¡Ah Dame, Señor, un corazón sensible que tiembla ante el acercamiento del pecado". Y puede Él constantemente recordarnos que la única forma de restauración de la permanente comunión es la sangre purificadora de Jesús.

Mantenga su corazón sensible hacia Él y Él morará en usted y usted en Él.

Selah!

Mensaje por Wil Pounds (c) 2009 traducido por Katia Blandin

 

 
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